En momentos críticos donde el aprismo se ve frente a un necesario debate interno, en donde necesariamente debe optar por remozar su dimensión organizacional, relanzar su programa y tratar de volver a ser el Partido Escuela, maestro educador de los sectores desfavorecidos y con un claro liderazgo social debemos necesariamente evocar los valores éticos y la capacidad de reflexionar acerca de la realidad espacio temporal que tuvieron los fundadores de esta corriente de pensamiento continental. Es hora de buscar los referentes del pasado para encarar el futuro. En ese sentido el día de hoy debemos pensar en la vida y obra del fundador y líder del aprismo, a 32 años de partir en viaje a las estrellas.
Es difícil describir, con algún atisbo de precisión, los sentimientos colectivos e individuales que originan la partida y el recuerdo de un hombre cuya trascendencia rebasa los límites que las fronteras imaginarias y antojadizas le dictan desde el nacimiento, negando el justo derecho del luto que de él podrían reclamar todas las naciones del continente. Es complicado, además, no caer en la retahíla de epítetos inflamados que suelen verse plasmados en los folletos, volantes y ardorosos discursos que son protagonistas en los aniversarios de las exequias de los grandes
hombres que marcaron la pauta de los tiempos.
Encumbrados, incomprendidos, perseguidos e idolatrados, estos ejemplos que la historia nos manifiesta hacen aprehender cabalmente el legado de los alfareros de los nuevos tiempos de no dejarse vencer por las adversidades circunstanciales, sino más bien de avanzar convencidos firmemente de sus ideas y acciones en busca de su lugar en la gloria. Uno de los pocos personajes que puede ser visto en esta magnitud es el Libertador Simón Bolívar, hacedor de repúblicas, venerado en Bolivia, La Gran Colombia y el Perú, primer responsable además de un intento de unidad de la América no angloparlante, pero no es el único . . .
Como él hay otro personaje de trascendencia continental que nos reúne a evocarlo hoy, hacedor de nuevas consciencias, aglutinador de esperanzas, que tuvo además una partida hacia el infinito mucho más feliz que la del caraqueño en Santa Marta. Es el caso de Víctor Raúl Haya de la Torre, quien con más de seis décadas como incansable luchador social nos dejó a los apristas la luz de una doctrina , a los peruanos el ejemplo heroico del sacrifico por la democracia y a los indoamericanos la búsqueda obstinada de la unidad continental que garantice nuestra total
libertad y desarrollo.

Su formación ideológica es quizás una de las más ricas y complejas de cuantos líderes políticos e intelectuales en el continente se puedan preciar, recibió influencias de diversas corrientes de pensamiento, que allá, en otras mentes contemporáneas habían forjado adhesiones dogmáticas y ortodoxas; acá, en el brillante sanmarquino generaban un proceso de evaluación e incorporación de lo positivo y descarte de lo incompatible con el acontecer y las especificidades continentales y peruanas. Hasta el exilio de 1923 fue tal vez el mejor representante del anarcosindicalismo peruano. Es en los primeros años de su actividad social y política un lector intenso de Manuel González Prada, Bakunin, Kropotkin, Proudhon, Malatesta y otros anarquistas. De estos años heredó la rebeldía contra el orden injustamente establecido y la disciplina personal y moral, valores que el aprismo también heredara de su fundador.